domingo, 28 de noviembre de 2010

lunes, 22 de noviembre de 2010

Resistir luchando por la verdad contra "lo que la impide" -en el contexto de las intenciones o de lo volitivo, siendo algo que, en desprotección, requiere el máximo sacrificio y valor- es la única dignidad -que nadie responsablemente puede eludir-. Ése es un resistir al que siempre debilitan o hacen que pierda tantos desconocimientos, prejuicios, intereses parciales y sus poderes.

sábado, 20 de noviembre de 2010

martes, 16 de noviembre de 2010

JUANITO EL MENDRUGÓN

-----------------------------------------Ediciones “El Cabezazo Nacional

Juanito el Mendrugón, era una persona sencilla, buenizota, sí y sí, como uno cualquiera que en buenaventuranza conlleva la sociedad, era incluso listete –ya sabía contar hasta doce menos once–, y en su pueblo todos lo querían como a un tesoro; motivo por el cual, un buen día –sin que se aproximara alguna malhechora tormenta– lo nombraron alcalde, ni más ni menos.
A todo le daba un rápido arreglo animando a que no pasaba nada –hasta que pasaba– y empezando de nuevo sin volver hacia atrás –aunque no sabía desde dónde–; empero, ¡era tanto su entusiasmo! que conquistó ingente aprobación y renombre en... otros pueblos.
Entonces, los medios de comunicación recibieron todo su eco y lo arrastraron con satisfacción a sus emisiones con sus buenos aposentos, allí él decía y decía para la gran masa:
– “Si se fusilan en tal sitio personas, ahora están MEJOR porque, si antes se fusilaban cien, ahora sólo dos o tres; por lo tanto están mejor, ha mejorado la situación, es evidente” (así lo zanjaba todo, con ese “mejor” tan simple y demagógico). A lo que le replicó una voz de la conciencia, venida de un sabio niñito –con apenas unos tres años– que se encontraba en el presencial público:
– “No digas mendruguerías porque, si a una mujer su esposo le pegaba cien palos y ahora sólo dos o tres, la situación para ella, en evidencia, debería haber mejorado; no obstante, no es así y no hay nada más lejos de la realidad. Pues lo grave es que, algo, sigue ocurriendo como un cáncer que se puede agrandar a la primera oportunidad, ese es el caso de la esclavitud, pero ya no es el caso del derecho de pernada, por ejemplo; eso es, sin confusiones, lo grave no puede tener... ni una justificación, que para eso la sociedad sólo avanza”.
(Pero, lamentablemente, los responsables de aquella emisora de radio acusaron a aquel inocente niñito de agresivo, de maleducado e injurioso, claro, estaba con razón en contra de aquella eminencia tan admirada de tontaina -podríamos decir-, tipo de admiración que hoy en día predomina sobre todo lo demás.)
.
Al tontaina, después, le dieron el premio Nobel y, al niñito, lo fusilaron.

lunes, 15 de noviembre de 2010

jueves, 11 de noviembre de 2010

¿QUÉ ES LA CRÍTICA RACIONAL?

El razonar implica decir –porque se ha de decir o comunicar– dos efectos: el decirte que has hecho algo correcto (el enamorarte de tu esposa) o el decirte que has hecho algo mal (el maltratarla después); por lo tanto, el realizar la razón tan sólo significa ADVERTIR el acierto y también el error (y el decirlo guste o no, eso, he ahí la... crítica: capacidad de discernir).

La crítica racional, el advertir errores y defectos –discernidos de lo correcto–, nunca se construye –se prepara- al gusto o al interés parcial –o sea, no es un eludir algo o un adornar–, sino exige que no se cometa más cierto error no descontando que, por haberlo ya hecho, se ha de aplicar las correspondientes leyes o punición ética.

Así es, la crítica o la autocrítica únicamente detiene a lo que es el error; pero cualquier error, uno u otro, puede “salirse con la suya” con el apoyo de muchos aliados (costumbres, poder de alineaciones interesadas, condescendencias, etc.), entonces, el razonar ético debe ser sin miedos contundentemente crítico incluso en eso, no respetando “tal como es” a esa costumbre –o a ese error– en concreto o nunca cediendo a sinrazón ante ella, lo que sería otro error sobre el respeto mismo.

En claro, no vale ese sucio “Hazme una crítica de que maltrato a mi esposa, pero con educación y respeto, con ese... gustillo, ya teniendo a mi favor de que eso está bien visto en mi pueblo” y sí vale, en protección, en autoprotección y en coherencia, las descalificaciones que son propias de ese hecho además coercitivo a la correcta exigencia ética.

martes, 2 de noviembre de 2010

lunes, 1 de noviembre de 2010

EL PREJUICIO Y LA DUDA

La “determinación genética” no duda, ni los sentidos dudan (si huele físicamente “a algo” es que huele “a algo”, y ese sentimiento lo transmite el olfato al cerebro de una manera implacable, “tal como se siente”, con prioridad a una evocación cultural), ni un acto reflejo duda jamás, ni aun “tu consecuente observar o tu atender el peligro próximo” (es decir, tu vigilia en la realidad por tu supervivencia no duda). Ahí, porque sencillamente no existe, no es necesaria la duda.
Además, cualquier animal –primariamente– no duda, sino reacciona ante hechos de agresividad y de convivencia, y ya sabe de forma objetiva cuáles son –sin dudarlos–. Digamos, con seriedad, que todo ser vivo sólo da una respuesta a cómo es el medio y, que tal respuesta, nunca duda en cómo es el medio; esto es, “el medio se lo ha aprehendido por funcionar él también como medio”, pues él es componente del medio –y por eso “lo sabe”–, no más.

Entonces, ¿qué duda?
Los seres humanos han evolucionado hacia una dicotomía gnoseológica “por un interés social o por un interés de trascendencia”, prejuzgando muchos aspectos de su realidad misma o, en claro, formando prejuicios que le sirven socialmente, que le interesan. Así, conlleva un prejuicio y, por defenderlo, ha de dudar por obligado en cuanto que, la duda, sólo lo puede hacer y justificar.

Veamos como se creó la duda:
Se dudó de que un ser humano fuese sólo un ser humano y, por ello, se consideró “algo más”, se consideró un dios..., ¡ya se creó el prejuicio y la duda junto al prejuicio! A partir de ahí “ya todo no es lo que es, sino es algo más” y se sumaron prejuicios y prejuicios hasta formar un entramado de prejuicios con sus correspondientes dudas (el dudar que eso sea eso o aquello sea aquello).

Objetivamente, este procedimiento, es un desequilibrio con respecto a lo natural o con respecto al medio pero, a tal extremo ha llegado, que gran parte de la ciencia está contaminada o es acientífica; sobre todo la que es institucional o corporativa. Sí, no nos engañemos, la esencia de lo científico es el sólo demostrar, el reconocer “lo demostrado sea quien sea”, y ¡jamás! por otra condición, por... un corporativismo –aunque éste se puede añadir a esa prioridad o cuando se cumple rigurosamente esa prioridad–.
Entiéndase, la predeterminación irracional para concebir el conocimiento o lo racional radica en que, con tantos prejuicios, “se duda que la realidad sea la realidad” y, así, todo es válido.

Lo explicaré mejor, los seres humanos –en sociedad– han evolucionado sólo porque cada uno –tú, ése o aquél– tiene unos intereses que se proyectan hacia todo y hacia los demás; pero, esos, le crean una dependencia de desconfianza crónica en la totalidad de sus decisiones: él te ama “a condición de”, él te apoya “a condición de”, él te sigue “a condición de”, etc., con una gran elaboración de dudas y de sospechas –porque su decisión sea segura, ya que hay una búsqueda obsesiva de la seguridad– únicamente por defender a ultranza sus intereses (y es eso una “tendencia egosocial” adquirida a través de las costumbres del prejuicio y a través de valores del proselitismo y, por tal, siempre maniqueos en “ése es de los míos” o “de los no míos”).

Galileo hizo exactamente lo contrario, “salirse de ese corporativismo seudo-racional” y obedecer sólo a lo que se demuestra sea quien sea, aparcar todos los intereses y verificar –nada más que con reglas racionales– que aquello es aquello, sí, por unas diferencias efectuadas. La razón te obliga porque es tu naturaleza, inesquivablemente, a concebir que tú eres un ser humano y ése también es un ser humano; aunque, con trucos, puedes guiarte ya por intereses –y no aparcarlos– para... desequilibrar lo que eres.

Y, por último, porque ya la razón tiene enfrente eso, los prejuicios –como obstáculo extrarracional –, ha de evitarlos –claro, dudándolos, y con una “duda racional”–.

José Repiso Moyano
.